La descarbonización del transporte se logrará gracias a una combinación de tecnologías entre las que se cuentan la electricidad, los combustibles renovables o el hidrógeno. Para que los vehículos eléctricos sean competitivos frente a sus alternativas, necesitarán resolver algunos retos tecnológicos.
Los grandes retos de la movilidad eléctrica son conocidos en general. Los principales son coste, autonomía e infraestructura de recarga.
El coste, que depende directamente del de la batería, es el principal reto de los vehículos eléctricos y condiciona en buena parte los demás retos. Si, por ejemplo, las baterías fueran suficientemente baratas, sería teóricamente posible lograr cualquier autonomía a base de cantidad de almacenamiento. De modo similar, si los vehículos eléctricos fueran plenamente competitivos en precio con los térmicos, podrían extenderse hasta el punto de resolver la amortización de las infraestructuras de recarga.
Desde los 2008-2010, cuando resurgió el interés por los vehículos eléctricos, hasta hoy día, el coste de las baterías se ha reducido drásticamente. Hay dos factores principales: tecnología y economía de escala. Actualmente los coches eléctricos no están lejos de la paridad de coste con los térmicos, aunque aún les falta algo de recorrido.
En los últimos años se observa una ralentización de la reducción de costes, que se interpreta como que tanto la evolución de la tecnología como el efecto de la economía de escala están agotándose. Por tanto, se espera que la próxima caída significativa del coste proceda de un salto en tecnología, probablemente una nueva generación de baterías.
Los fabricantes de vehículos eléctricos tienen que repartir la reducción de coste entre abaratar el vehículo y dotarlo de mayor autonomía.
En parte por la mejora de la tecnología y en parte por la reducción de costes (como se explicaba arriba), muchos coches eléctricos actuales superan los 500 kilómetros de autonomía nominal. Más que suficiente para los desplazamientos diarios normales pero insuficiente para viajar. Hay que tener en cuenta que la autonomía de los vehículos eléctricos se reduce mucho en condiciones de viaje (autovía, climatización…) respecto a la nominal.
Por su parte, la infraestructura de recarga sigue su desarrollo acompañando al de los vehículos eléctricos. Aquí intervienen dos elementos: el número de puntos de recarga disponibles y la velocidad de la recarga.
La recarga privada, en domicilios, crece directamente con el número de propietarios de vehículos eléctricos. Se encuentra limitada por la dificultad, prácticamente insalvable, de los edificios antiguos que no pueden instalar recarga de vehículos eléctricos o cuyas comunidades de propietarios no están dispuestas a hacer modificaciones. En cambio, las viviendas unifamiliares así como la mayoría de los edificios nuevos sí pueden disponer de la infraestructura. La recarga en domicilios siempre es “lenta”, de varias horas.
Mientras, la recarga en lugares públicos, como estaciones de servicio, centros comerciales, etc., encuentra sus mayores retos en la disponibilidad de potencia eléctrica y en la existencia de un parque de vehículos eléctricos suficientemente grande para garantizar la amortización de las instalaciones. La recarga en lugares públicos debe ser preferiblemente rápida, capaz de completarse en menos de una hora. Se espera que la infraestructura pública crezca al ritmo del parque de vehículos. Asimismo, la disponibilidad de mayor infraestructura de recarga pública rápida incentiva la compra de vehículos, de modo que ambos elementos se refuerzan mutuamente.
Hasta hace relativamente poco, se puede decir que el vehículo eléctrico competía contra sí mismo. Es decir, si resulta demasiado caro para ser competitivo deberá abaratarse con tecnología y economía de escala, pero mientras tanto la solución que se ha planteado es subvencionarlo porque se consideraba prácticamente la única vía de descarbonización del transporte.
Sin embargo, existen alternativas. Los combustibles renovables o de emisiones netas cero ya han alcanzado suficiente desarrollo para ser una opción real. La gran ventaja de estos combustibles es que son químicamente iguales a los fósiles convencionales. Así, se pueden utilizar directamente en los mismos vehículos sin modificaciones y sin necesidad de infraestructura de suministro adicional a la ya existente.
El interés de los combustibles renovables es que durante su producción pueden absorber tanto CO2 como el que se emitirá en la combustión, de forma que el balance de emisiones de CO2 resultante es cero. En cuanto a las emisiones contaminantes locales (CO, NOx, partículas, etc.) los vehículos con motor de combustión modernos han resuelto el problema y actualmente tienen niveles de emisiones mínimos: la contaminación en las ciudades tiene más que ver con la antigüedad del parque que con los motores de combustión en sí mismos. El gran reto de los combustibles cero emisiones netas es el coste, que aún es superior al de los fósiles convencionales.
La movilidad eléctrica no es la única posibilidad para llegar a un transporte sin emisiones. Para competir con sus alternativas, deberá resolver retos relacionados sobre todo con el coste, la autonomía y la infraestructura de recarga.